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Adeje tras la conquista del archipiélago

23 JULIO 2014

Las características del territorio que constituía el Bando de Adeje después de la incorporación de Tenerife  a la Corona de Castilla en 1496, fue parte fundamental en su poblamiento y desarrollo económico a principios del siglo XVI.  Desde un primer momento se intentó poner en explotación, por deseo del Adelantado, de la mayor parte del terreno a partir del reparto de lotes de tierras y aguas entre los conquistadores, fundamentalmente, además de entre los propios aborígenes y extranjeros, que habían intervenido de alguna manera en el proceso conquistador. Se pretendía integrar a estos nuevos territorios de frontera en el incipiente comercio atlántico que se estaba desarrollando en esos tiempos.

Debido a ello, existió un recurso natural que jugó un papel esencial en la llegada de nuevos pobladores, el agua. La riqueza de los suelos, la cercanía de los puertos y fundamentalmente, la presencia de este recurso, fueron premisas determinantes para la llegada de nuevos vecinos. Además, la roturación de las tierras era muy laboriosa y precisaba de grandes inversiones para su puesta en funcionamiento. Todos estos factores influyeron sustancialmente en el profundo despoblamiento que se produjo en la zona sur de la isla, ya que gran parte de sus suelos carecían de estas características. Como se decía en aquella época: “eran tierras que no las quería nadie…

La adjudicación de los lotes territoriales que se promovieron desde el final de la contienda conquistadora, fue un poco más tardía en Adeje debido a estos condicionantes.  A ello, se unió la inestabilidad que ofrecía la zona, todavía en proceso de pacificación por conatos de resistencia ocurridos en los años subsiguientes al término de los episodios bélicos. A pesar de formar parte de los Bandos de Paces, las prácticas esclavistas se siguieron llevaron a cabo también en estas tierras meridionales, como recoge el fragmento siguiente:

…el dicho Adelantado fizo parescer ante si fasta doscientos guanches e mujeres e niños, los cuales eran del reino de Adexe e de los de paces…, e desque los tuvieron dentro del corral los cabtivaron y enbarcaron por cabtivos

Grupos de guanches, procedentes de la zona norte de la isla, llegaron y se establecieron también en el lugar, huyendo de las razias esclavistas que se estaban llevando a cabo allí también. Un suceso significativo de este periodo de inestabilidad, es el protagonizado por el caudillo aborigen Ichazagua, que llegó a autoproclamarse rey de esta demarcación. A través de la información que nos ofrecen las actas capitulares, se puede percibir como los Regidores de Cabildo  decidieron sofocar de inmediato la revuelta. Para ello contaron con la participación de notables aborígenes como fue el caso de Don Diego de Adexe, que jugó un papel esencial en la mediación. El cabecilla terminó por quitarse la vida tras no ver conseguidas sus pretensiones. Todo ello influyó en la tardía llegada de nuevos pobladores y en la toma de posesión de sus tierras.

A pesar de todo, Adeje fue una de las zonas sureñas más aprovechadas desde el punto de vista agrícola. Había presencia de agua en muchos de sus terrenos y se tiene constancia, desde fechas muy tempranas, del establecimiento de un enclave costero que ayudaba a mejorar las comunicaciones con los principales puertos isleños. Se trataba de la llamada “Caleta de La Ramada”, muy próxima a la actual Playa de la Enramada, desde donde se centralizó ese comercio de exportación e importación al que se quería vincular a toda la isla. En contraposición a este interés de las autoridades en establecer pronto una economía de mercado, la mayor parte de las actividades productivas se dedicaban al autoconsumo. Las prácticas agrícolas que servían de sustento de la población y constituían la economía local isleña, se dividían en la parte dedicada a los cereales, base de la dieta de los pobladores, y en otra parte dedicada a los parrales y huertas, donde se cultivaban verduras, higueras, membrillos y cítricos, entre otros frutales. Las viñas, al no necesitar de una infraestructura muy compleja se asentaron bien en territorios donde la inversión de grandes capitales no fuera muy perentoria, como era el caso del territorio adejero. Se tiene cumplida cuenta del embarque de vinos desde fechas muy tempranas desde “La Enramada”, lo que nos hace suponer que había varias extensiones dedicadas a este cultivo.

Otro factor que influyó en la tardía llegada de vecinos, fueron las mismas cláusulas que llevaban aparejadas los repartimientos. El derecho a la propiedad, incluía la obligación de residencia en el lugar, el cumplimiento de desarrollar determinados tipos de cultivo y la construcción, si así se dispusiese, de determinadas fábricas, además de la prohibición de enajenar el dominio durante un tiempo determinado. Esto frenaba, de una manera o de otra, la llegada de nuevos pobladores, debido a la localización y características edafológicas del territorio adejero. Además, la complejidad de las propiedades y las enormes dificultades para aplicar cualquier código a cada caso en particular, hizo que fuera habitual su cambio de titularidad o se produjeran frecuentes fenómenos de picaresca y nepotismo.

En el caso de Adeje, como se ha dicho, tenemos ejemplos claros de ello. Un caso significativo, fue el repartimiento más deseado por los aspirantes a la explotación de las tierras de regadío de la zona. Se trataba del torrente del entonces llamado “Río de Adeje”, hoy conocido como Barranco del Infierno. La primera referencia que se tiene del caso, es el certificado de una data que demostraba su adjudicación por parte del Adelantado a un tal Antonio de Torres, veedor en las “Tierras de Berbería” y, fallecido éste, a su hermano Pedro de Torres en 1507. Poco tiempo después, se traspasa la propiedad a  Francisco de Vargas, que toma posesión un año después. En paralelo a ello, comparecieron unos vecinos de Gran Canaria, llamados Juan Ortiz de Zárate y Juan de Ciberio, presentando documentos y una escritura alegando ser herederos de un homónimo de éste último, ya fallecido. Aportaron un acta de la data del Río de Adeje, emitida en fecha anterior, en la que entre otras cosas se especificaba la obligación de construir un ingenio de azúcar. Esta denuncia impugnaba el traspaso de Pedro de Torres  a Francisco de Vargas por considerarlo ilegal. El Adelantado finalmente resolvió a favor de los Ciberio, consignando que estaban obligados a residir en Adeje y a construir el citado ingenio.

“…un ingenio moliente y corriente y que si así no lo hiciesen queda la dicha hacienda a la merced de la Reina”

Este tiempo transcurrió y un tal García de Cañamanes, con poder de Francisco de Vargas, presentó reclamación ante el gobernador alegando que los herederos de Juan de Ciberio, a la vista de los títulos aportados, no tenían derecho a la propiedad, ya que el Adelantado lo había donado previamente a Antonio de Torres. De cualquiera de las maneras, los Ciberio  no cumplieron con las cláusulas que se recogían en la data, no llegando a construir el ingenio y no estableciéndose en la localidad. Fue este incumplimiento, marcado tanto para los unos como para los otros, lo que inclinó la balanza en el sentido de Francisco de Vargas. En efecto, se confirmó a éste último como propietario de las aguas del Barranco del Infierno, ya en el año de 1509, imponiéndole eso sí, las mismas cláusulas anteriores.

“…corrientes y manantiales y estancas que en el dicho río hay con más todas las tierras que la dicha agua pusiese regar…e más le meted en posesión de 500 fanegas de tierras de secano, lo más cercanas y anexas que a las dichas tierras e agua estovieran”

Debido a todo lo descrito con anterioridad, los escasos vecinos de Adeje durante los primeros decenios del siglo XVI eran en su mayoría aborígenes, los cuales siguieron dedicándose preferentemente a su tradicional modo de vida pastoril. Las prácticas ganaderas fueron especialmente relevantes en la economía local. Los terrenos sureños eran escarpados y pedregosos en gran parte, ideales para los rebaños. Adeje, junto con la vecina Abona se constituyó como una de las cuatro zonas ganaderas en las que se dividió la isla tras la conquista. Los animales eran un complemento importante en la dieta alimentaria, además de proporcionar materias primas para la población, como el cuero. Entre la cabaña, destacaba la cabra, muy presente en época prehispánica, además de la oveja que se incorporaba a los rebaños caprinos. Luego estaban las piaras porcinas, que eran muy controladas debido a que su hábitat natural era el bosque y se caracterizaban por ser muy destructivas.

Muy vinculado también a los oriundos, era la explotación de los recursos naturales, prácticas muy extendidas entre los pobladores adejeros. La apicultura formó parte integrante de la estructura económica del lugar, con una notable producción de cera y miel. Como en el caso de la ganadería, la apicultura era ideal en estos terrenos, ya que no entraban habitualmente en competencia con las huertas como ocurría en el norte de la isla, debido a la escasez de éstas. Por otro lado, estaba la silvicultura, que servía para la obtención de pez para el calafateado de los barcos, además de como combustible doméstico. Esta práctica fue muy importante en la zona sur, lo que supuso una gran deforestación de sus terrenos, aunque no especialmente significativa en Adeje.

Para finalizar este somero recorrido por el municipio en los albores de la Edad Moderna, cabría señalar que a pesar de que los documentos insisten en la escasa y desperdigada población adejera, debió de existir un pequeño grupo de casas junto al mencionado “Río de Adeje” que conformaría el núcleo original de la actual Villa. Este grupo vecinal motivaría la construcción de una humilde ermita para satisfacer sus necesidades espirituales. Se tiene constancia de que ya existía en torno al año de 1530, en el mismo lugar donde hoy se asienta la Iglesia Parroquial de Santa Úrsula. Pocos años después, el pequeño villorrio daría un gran impulso en el comercio atlántico, con la llegada de la familia Ponte y el establecimiento definitivo de un ingenio azucarero en sus tierras.


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