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La mujer adejera en las primeras décadas del siglo XX

6 MARZO 2015

El Premio Abinque de este año es para las pioneras en la creación del Adeje Moderno, mujeres que vinieron al mundo entre 1914 y 1933, años que fueron tiempos muy diferentes a los que conocemos hoy en día, siempre llenos de enormes dificultades que hicieron de ellas auténticos ejemplos de superación, por lo cual,  debemos sentirnos muy orgullosos.

El trabajo, tesón y esfuerzo de todas estas mujeres no ha quedado recogido para la posterioridad en la medida que se merece por el androcentrismo de la historiografía tradicional, en el que el hombre era el único agente de la familia que producía o trabajaba y la mujer quedaba más vinculada al ámbito del hogar. Socialmente y de manera tradicional, era bien visto el hecho de no trabajar, pero en el caso de ser necesario, siempre era mejor hacerlo dentro de casa que fuera de ella. 

La economía que dominaba en los pagos del sur y en las islas en general en estos momentos, era esencialmente agraria, con cíclicas crisis que abocaban a buscar fórmulas para paliar los continuos problemas que éstas generaban. La crianza y educación de los hijos e hijas era siempre el horizonte más próximo para todas estas mujeres, pero en estas generaciones se ocultaban otras realidades mucho más complejas. 

En estos tiempos, la familia se constituía como una unidad productiva en la que todos sus miembros tenían un papel activo. Era una economía de subsistencia en la que las féminas jugaron un papel decisivo, poniendo en práctica una pluriactividad que conjugaba el trabajo doméstico con el propiamente productivo, como complemento extra a una economía familiar bastante limitada. 

Como hemos dicho con anterioridad, era una economía esencialmente rural y por ello nos detendremos un poco en el papel que jugaron las “jornaleras del tomate”, oficio que más de una de nuestras homenajeadas seguro ejerció. La vida activa de las mujeres, oficialmente reconocida en aquella época, era la que se ejercía antes del matrimonio. A partir de ese momento, una serie de sanciones morales y de obligaciones familiares aislaban a la mujer de su entorno social y por ende, del laboral. Estos “deberes familiares” las alejaban de una vida laboral reglada, hecho que no fue óbice para que se apartaran de dichos trabajos remunerados.

La plena implantación de los cultivos centrales de exportación (tomates, plátanos y papas) hizo que aumentaran los transportes de tierras desde las bandas del norte al sur, para la construcción de terrazgos que los mencionados cultivos requerían. Era por ello que se necesitara un elevado número de trabajadores, incluidas las mujeres, que participaban activamente en todas las fases de la “zafra”. Sembraban, sachaban, ponían estacones, azufraban, amarraban, cogían los tomates y por la noche, iban a los salones a empaquetar. A pesar de la negación por parte de los documentos de la época, se tiene cumplida cuenta, por las fuentes orales que ellas mismas nos pueden confirmar,  de que esto no fue realmente así y que eran parte activa de todos estos procesos.

En contraposición a todas las trabas que la sociedad de esos años les imponían, ellas hicieron gala de una gran determinación, creatividad, tenacidad y superación, para complementar la economía familiar y ayudar a superar esos momentos difíciles que se jalonaban con enorme frecuencia en esos años. Otros oficios que muchas de ellas ejercieron y que quedaron insertos en esa economía rural, fundamentada en la explotación de los recursos naturales existentes y con el trueque como operación comercial, aún muy asentada en esos pagos, fueron: barqueras y marchantas de pescado, las que regentaban de manera directa o indirecta ventas de todo tipo de productos o las propias costureras, que podían ejercer su labor dentro de su propio hogar además de la atención de pequeños terrenos o ganado próximos a sus hogares. Oficios, algunos de ellos, que se han mantenido hasta la actualidad. 

Debemos resaltar la enorme versatilidad que estas mujeres mostraron en tiempos no muy propios para ello, con amplios frenos culturales y sociales, que hacían de ellas auténticas heroínas. Atendían las labores del campo, comercializaban todos los productos que podían caer en sus manos o elaborados por ellas mismas, caso de las queseras y ampliaban su jornada laboral para atender las obligaciones familiares que ellas mismas tenían impuestas. Hicieron frente, no sólo a enormes dificultades, sino al papel que la sociedad de la época dio a la mujer.

Todo ello hizo que el trabajo remunerado de éstas siempre fuera entendido como una “ayuda” a la economía familiar y redundó en el hecho de mostrarlas invisibles en lo que a población activa se refiere. Como se ha podido ver, nada más lejos de la realidad, aquella realidad que nos ofrece a un grupo de mujeres que afrontaron la vida con decisión, esfuerzo, superación y que se convirtieron, sin ser conscientes de ello, en el pilar de nuestra sociedad actual. 


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