El pasado domingo vivimos una jornada que difícilmente podremos olvidar. Fue una de esas experiencias que no solo se disfrutan en el momento, sino que se atesoran con el tiempo. Una jornada que nos recordó el valor de lo simple, de lo compartido, de lo vivido con el corazón abierto.
En el marco de Caminando por la Vida, alrededor de 40 personas —niños y niñas llenos de energía y asombro, madres y padres con ganas de conectar, abuelos y abuelas que transmiten sabiduría con cada paso, y amigos que ya son familia— nos encontramos para recorrer juntos un hermoso sendero natural. El paisaje nos envolvió con su calma y su belleza, pero fue la calidez humana lo que hizo especial cada tramo del recorrido.
A lo largo del camino hubo risas espontáneas, charlas sinceras, juegos entre los más pequeños y momentos de contemplación. Cada familia aportó su energía, su presencia, su historia, y entre todos construimos algo más grande: una comunidad que camina unida, que se apoya, que celebra la vida paso a paso.
Y cuando parecía que el día no podía ofrecernos más, llegó una sorpresa que nos llenó de asombro y emoción: una experiencia única en un submarino. Nos sumergimos —literal y simbólicamente— en otro mundo. Bajo el agua, con los sentidos atentos y el corazón abierto, descubrimos una perspectiva distinta de la vida. Ver el mundo desde las profundidades fue una invitación a reflexionar, a mirar más allá de lo evidente, a encontrar belleza donde normalmente no miramos.
Al salir, éramos los mismos… pero también un poco diferentes. Más conectados, más presentes, más agradecidos.
Gracias a cada familia que se sumó a esta propuesta con entusiasmo y amor. Gracias por confiar, por abrirse, por ser parte. Ustedes fueron el verdadero motor de este encuentro.
Seguimos caminando juntos. Porque en cada paso compartido, estamos también construyendo un mundo mejor.
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