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Mercedes Pinto

Escritora, conferenciante, educadora. 

Mercedes Josefa Francisca del Pilar Pinto Armas de la Rosa y Clos, Mercedes Pinto, nace en San Cristóbal de La Laguna el 12 de octubre de 1883. Es hija de la pianista y mujer de amplia formación cultural Ana María de Armas Clos. Su padre es un reconocido escritor y catedrático del Instituto Provincial de Segunda Enseñanza de Canarias. Se trata de Francisco María Pinto de la Rosa, cuya figura se incluye en Tinerfeños ilustres del siglo XIX y cuyas obras completas fueron prologadas por Benito Pérez Galdós. 

En ese ambiente culto de animadas tertulias familiares lideradas por su madre, Mercedes recibe la educación esmerada que corresponde a una muchacha acomodada de su tiempo. Aprende aritmética, gramática, historia, religión, francés… y no faltan, claro está, las labores. Pero lo hace en su propia casa y sin obtener titulación: en ese entonces era normal que las jóvenes de clase alta se educaran de forma libre y sin acceder a exámenes oficiales, pues no se esperaba de ellas que siguieran carreras profesionales sino que fueran bien preparadas al matrimonio. Como escribe Pedro Alcántara García en Caracteres, sentido y dirección de la educación de la mujer (Revista de España, 1885), las mujeres no debían estudiar «nada que tienda a hacer bachilleras y sabias, y mucho de lo que pueda contribuir a levantar en ellas el espíritu, a afirmar su individualidad, a formar buenas esposas y buenas madres, a dar al hogar la belleza y los atractivos que tanto pueden contribuir a retener en él al esposo».

Ni Mercedes ni su familia echaron nunca en falta el título universitario. Al contrario, gracias a la atmósfera intelectual que se respiraba en su hogar, a la presencia de los libros y a su propio apetito literario, la muchacha pudo cultivarse y desarrollar una afición por las letras que la llevaría a ser conocida desde muy joven como “la poetisa canaria”, cuando el afamado rapsoda Antonio Zerolo leyó en el Ateneo lagunero unos versos que Mercedes había dedicado a su padre, fallecido cuando ella tenía dos años. El cúlmen de este autodidactismo llegó con la publicación de algunos de sus poemas y cuentos en la Gaceta y el Diario de Tenerife. La propia Mercedes deja constancia de lo inusual de su actividad en una mujer de su tiempo cuando afirma: «Como yo escribía versos y me los publicaban en periódicos de la provincia, el teniente se burlaba un poco de mí, diciéndome que a los hombres no les gustaban las mujeres intelectuales, a las que ellos llamaban “Marisabidillas”» (en La edad de la mujer, Los jueves del Excelsior, México, 1974).
La plácida vida de Mercedes Pinto, que pese a la pérdida de su padre nunca padeció penurias económicas, transcurre entre conciertos y teatro, veraneos en La Laguna y Tacoronte. Pero esta tranquilidad se ve alterada cuando, en 1909, contrae matrimonio con el catedrático de la Escuela de Náutica de Canarias y capitán de marina mercante Juan de Foronda Cubilla, con quien tiene tres hijos. Entonces comienzan para Mercedes 10 años de calvario sometida al maltrato psicológico y físico de un hombre que fue diagnosticado entonces como paranoico celotípico. La lucha de Mercedes por ingresarlo en un sanatorio mental en Madrid (la patologización de la violencia machista era la única salida que le quedaba para salvarse y salvar a sus hijos) se toparía con la incomprensión de su entorno y de su propia familia (su propia madre). Tal y como relata ella misma, las personas a quienes recurría disculpaban la agresividad del marido como «Rarezas… carácter… mala educación… resabios… nerviosismos...», y le aconsejaban a ella como remedio «Paciencia… resignación… dulzura… templanza...». En ese tiempo y en aquella España, además, las leyes le impedían defenderse o separarse legalmente: el Código Civil vigente, de 1889, apoyaba la subordinación de la mujer al hombre, padre o marido.

El infierno experimentado por la escritora quedó magníficamente reflejado en su novela Él, publicada en Uruguay (país de acogida en el exilio americano de Mercedes, que duraría el resto de su vida) en 1926. La obra estaba preparada para ver la luz desde 1924, pero la intervención imprevista de Mercedes en el paraninfo de la Universidad Central de Madrid el año anterior pronunciando su conferencia de título más que elocuente, El divorcio como medida higiénica, aceleró la marcha de la autora, desterrada por el mismo Primo de Rivera. En ella Mercedes denunciaba la imposibilidad de demostrar médicamente el maltrato sufrido por las mujeres en la intimidad («¿Cómo puede el médico adivinar las torturas a que la infeliz esposa va a verse sujeta? ¿Cómo la verán sus ojos de doctor y humanista con los dedos retorcidos y la garganta doblada bajo las presiones y las mordidas que han de dar al sádico el esperado goce?»), y reclamaba el divorcio legal como única posible escapatoria. Él, en la que Mercedes incluye la opinión de notables juristas, psiquiatras y sociólogos -hombres- que aporten a su caso la credibilidad que la sociedad le negaba, sería adaptada al cine por Luis Buñuel en 1952.

Su estancia en Madrid pondrá a Mercedes en contacto con la intelectualidad del momento (Ortega y Gasset, Miguel de Unamuno… quienes la introducen en importantes publicaciones como Prensa Gráfica o Lecturas; Carmen de Burgos, “Colombine”, que la convierte en activista por los derechos de las mujeres; el diario El Sol publica su primer libro de poemas, Brisas del Teide, en 1924). Refugiada en la capital con sus hijos conoce al abogado Rubén Rojo, quien se convierte en su pareja cuando aún está casada con Foronda y que será su segundo esposo y padre de dos hijos más. 

Con él se marchará a Uruguay, entonces el país más democrártico de América Latina, comparativamente avanzado en materia de estatus femenino y que fue escogido por Mercedes para su exilio. Allí podrá casarse legalmente con Rubén e iniciará una ingente labor como promotora de la educación y la cultura, pilares esenciales de su lucha por el desarrollo de la mujer y de las clases desfavorecidas. Así, funda en su propia casa la Casa del Estudiante, donde acogió como invitados a Pirandello o Alfonsina Storni; sigue escribiendo y publicando poesía y teatro (Cantos de muchos puertos, Un señor cualquiera), colabora en revistas y crea su propia Compañía Teatral de Arte Moderno, en la que sus 4 hijos e hijas vivos (Juan Francisco había fallecido en Lisboa, antes del viaje a América, con tan solo 15 años) debutan como actores y actrices. Continúa también su labor de conferenciante y pedagoga iniciada con su inesperado pero exitoso arranque en Madrid.

De Uruguay pasará a Chile, donde conoce a Pablo Neruda, quien queda impresionado por la personalidad de la canaria y le dedica los versos que serán su epitafio. Allí publica en 1934 Ella, su segunda novela. Después residirá algunos años en Cuba, donde se refuerza su labor como conferenciante y educadora en defensa de causas como la República Española o los judíos refugiados del nazismo. Su último destino será México, donde se instala una vez que fallece Rubén de manera definitiva. Dos de sus hijos y su hija Pituka emprenden allí carreras cinematográficas que continuarán en España (la propia Mercedes aparece como invitada en El coleccionista de cadáveres de Santos Alcocer, 1966, película de terror y uno de los últimos trabajos del mítico actor del género Boris Karloff; y en Días de viejo color de Pedro Olea, 1967). En esos años continúa incansable su labor de oradora en defensa de los derechos de las mujeres y la clase trabajadora, y en pro de la modernización de la educación, herramienta esencial frente a la desigualdad. Visita ocasionalmente Tenerife y Madrid, pero nunca permanecerá por mucho tiempo en la España Franquista. 

Mercedes Pinto de la Rosa muere en México el 21 de octubre de 1976. Los versos de Neruda («Mercedes Pinto vive en el viento de la tempestad, con el corazón frente al aire, con la frente y las manos frente al aire, enérgicamente sola, urgentemente viva...»), que adornan su tumba, dejan constancia de la lucha de una mujer valiente y tenaz que escribió, leyó y publicó más de una treintena de textos sólo en materia de igualdad para las mujeres y educación (Derechos civiles y políticos de la mujer; Amor, matrimonio, divorcio y maternidad; Educación de la mujer; Educación sexual y matrimonio…). Sin embargo, nunca fue partidaria del asociacionismo femenino sino de la inclusión de las mujeres en los espacios de actuación de los hombres. Prefería hablar de derechos de las personas, y no de las mujeres, pues consideraba que estos eran los que verdaderamente le habían sido extirpados al género femenino. Fue crítica con la «moralina ambiente» de su época, que censuraba a las mujeres que rehacían su vida sin estar separadas legalmente, así como con los concursos de belleza. Creía en la igualdad del matrimonio en la esfera pública y que la educación de la mujer no debía suponer una amenaza, sino un estímulo para la pareja.

*Texto: Elisa Falcón Lisón, Licenciada en Historia del Arte y Guía Oficial del Gobierno de Canarias.


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