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Cristo de la Misericordia

15 MARZO 2016

La representación de Cristo crucificado trata de significar a un Dios humanizado, una imagen que se identifica con el destino de los hombres. Víctima de los pecados del mundo, Cristo en la cruz conduce al ser humano a la salvación y como figura central de la Pasión, de su propia pasión, invita al hombre a vivirla y sentirla como suya. Entre estas representaciones, en las líneas siguientes nos acercamos a la talla del Crucificado conservada en la iglesia de Santa Úrsula de Adeje, conocida secularmente como Cristo de la Misericordia.

El origen de esta imagen se vincula con la existencia de la Hermandad de la Misericordia, una cofradía establecida en Adeje en 1661, encargada, entre otras funciones, del entierro de los muertos, especialmente de los pobres de solemnidad. Asimismo, los hermanos estaban comprometidos con la dignidad humana, por lo que acometieron también el socorro público de los más necesitados. El documento fundacional reza:

«En la Villa de Adeje en veinte días del mes de marzo del año del nacimiento de Jesucristo de mil seiscientos y sesenta y uno, se juntaron los vecinos de dicha villa a campana tañida del señor Bernardo Llene Llarena, Beneficiado de la parroquia de Santa Úrsula de dicha villa, y acordaron para mayor servicio de Dios nuestro señor, instituir la cofradía de la Vera Cruz y Misericordia para que con mayor devoción y decencia se entierren los fieles».

Los fundadores, reunidos en la parroquia el 25 de marzo de 1661, fueron: Marcos Pérez, Juan Rodríguez, Salvador Hernández, Antonio González, Juan Díaz, Domingo Juan, Cristóbal Hernández, Diego Rodríguez, Pedro Hernández, Andrés Mejía, Domingo Rodríguez, Custodia Correa y Juan Jiménez.

Según los estatutos, los cofrades no podían ser más de doce, número que recuerda simbólicamente a los doce apóstoles y entre ellos se nombraba al mayordomo, al prioste, encargado de llevar el báculo —primero de madera y más tarde de plata, para el gobierno de las procesiones. Los cofrades pobres no pagaban tasa de ingreso, en cambio, los ricos y «personas que tuviesen posibilidad», abonaban 4 reales a la entrada y anualmente la limosna que pudieren.

Estaban obligados a asistir a los difuntos hasta la sepultura. Al aviso del muñido de la campañilla, tocada por los mayordomos, asistían a la iglesia, vestían sus túnicas negras de bayeta (‘tela de lana, floja y poco tupida’) y salían en busca del difunto con cruz—insignia de la hermandad— y estandarte. Socorrían también a los muertos ahogados o "desriscados", teniendo obligación de saber si el difunto era católico romano, pues de no serlo, lo dejarían como pagano. A los que iban a padecer muerte por justicia o delito, desde la cárcel hasta el lugar del hecho, para después de muerto, enterrarlo con la solemnidad de los demás difuntos.

No tenían obligación de acudir al entierro de menores de siete años, por lo que, si en algún caso acudían por ser llamados, los mayordomos podían pedir la limosna que quisiesen. Todas las veces que se recibía a un hermano por la muerte de otro, se le leían las constituciones, que debían guardarse bajo juramento. Los hermanos estaban exentos de cumplir con deberes militares, según dictaminaba una Real Cédula de 24 de abril de 1648. 

En las cuentas rendidas entre 1661 y 1665, consta la adquisición de un Cristo Crucificado, inventariado en 1665, que estilísticamente podría enmarcarse en el quehacer del escultor gomero Francisco Alonso de la Raya, continuador del taller garachiquense establecido en Tenerife por el sevillano Martín de Andújar. Conviene subrayar los estrechos vínculos que desde el siglo XVI habían marcado el devenir de los Ponte en Garachico, desde donde el citado taller recibía encargos para parroquias y conventos. Así, el Cristo de las Aguas de Icod de los Vinos, obra de Alonso de la Raya, guarda gran similitud con el Cristo de la Misericordia de Adeje.

El Cristo adejero, intenso y sin retórica, representa el tránsito traumático hacia la salvación eterna. Se le representa muerto, prendido en la cruz con tres clavos. Ligado a la religión del sufrimiento, máxima de la imaginería del Barroco, reproduce las manifestaciones físicas de las heridas y llagas infringidas durante su pasión y crucifixión. La corona de espinas es independiente del labrado de la cabeza y se encuentra ligeramente ladeada hacia la derecha, no hundida. Sus cabellos descienden en bucles hacia delante y su barba, partida en dos puntas de forma simétrica, baja suspendida sin tocar el pecho. Los ojos, entornados, con mirada velada, transmiten cansancio. La boca, entreabierta, con el labio inferior abultado y dejando al descubierto los dientes de la mandíbula superior. La contracción del estómago lo sitúan en el momento de la expiración. El modelado del desnudo, simple y sin exceso de musculatura, no se excede en la plasmación del sufrimiento por el suplicio. Y el movimiento del cuerpo, casi derecho, cae por la leve inclinación de la pierna derecha hacia la izquierda, insinuando un cierto retorcimiento. La tela del paño de pureza se sujeta con una soga, que en el lado derecho ciñe y tapa la cadera, mientras que hacia la izquierda se recoge dejando ver la desnudez.

También con anterioridad a 1665 se erigió un retablo al lado del Evangelio para albergar un Calvario, compuesto por el citado Cristo y una imagen de San Juan Evangelista. Entre 1665 y 1684, se habrían incorporado las vírgenes de Candelaria y del Carmen. 

Las principales dedicaciones festivas de la Cofradía de la Misericordia en las que participaba la imagen del Cristo de la Misericordia serán la Semana Santa, la Invención de la Santa Cruz (3 de mayo), la Exaltación de la Santa Cruz (14 de septiembre). El viernes santo, salía en la procesión del Santo Entierro y en la función del Descendimiento, pues la imagen contaba con un mecanismo que permitía mover sus brazos y convertirla en Cristo difunto.


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