En estos primeros días de vuelta a los centros educativos, debemos reflexionar acerca de cómo, a lo largo de la historia, la educación ha sido una de las principales herramientas de transformación social.
En el caso de las mujeres, acceder a la educación ha significado mucho más que aprender a leer y escribir: ha sido un camino hacia la autonomía, la participación pública y la reivindicación de derechos. En España, este proceso ha sido largo, desigual y profundamente influenciado por los contextos políticos, religiosos y sociales de cada época.
Hoy recordamos el largo camino vivido y la evolución de la educación femenina en España como motor de emancipación. Durante siglos, el acceso de las mujeres a la educación fue privilegio excepcional, ya que estuvo restringido a las élites y al ámbito religioso. En la Edad Media, las niñas de familias nobles podían ser instruidas en conventos, donde aprendían lectura, escritura y labores domésticas. Sin embargo, la mayoría de las mujeres eran analfabetas, relegadas al aprendizaje informal vinculado a sus roles tradicionales.
Con la Edad Moderna, comienzan a surgir algunas voces en defensa de la educación femenina, aunque en un marco de moral cristiana. Escritoras como Teresa de Jesús mostraron la capacidad intelectual de las mujeres, pero su ejemplo no implicó cambios estructurales.
Con el llamado Siglo de las Luces, la Ilustración introduce nuevas ideas sobre el valor de la educación, también para las mujeres, aunque de forma limitada y paternalista. Se defendía que las niñas debían ser instruidas para ser buenas madres y esposas, no ciudadanas plenas.
Destacarán en este momento figuras como María Isidra de Guzmán, primera mujer doctora en Filosofía en España (1785), y Josefa Amar y Borbón, que abogó por la educación femenina como clave del progreso social. Aun así, el acceso de las mujeres a la educación seguía siendo una rareza.
La Ley Moyano de 1857, a la que ya hemos hecho referencia en otros artículos, estableció la educación primaria obligatoria, pero mantuvo una diferenciación clara entre los planes de estudio de niños y niñas. Las niñas recibían una formación centrada en la religión, las labores del hogar y la moral, reforzando los roles tradicionales.
Sin embargo, comienzan a surgir las primeras mujeres intelectuales y pedagogas que desafían el sistema. Concepción Arenal, vestida de hombre para estudiar Derecho, defendió con firmeza la instrucción de la mujer como vía para su dignidad y autonomía. Emilia Pardo Bazán, por su parte, criticó el machismo de las instituciones académicas y exigió el acceso igualitario a la cultura.
Pero será en la Segunda República cuando se marque un hito en la historia de la educación femenina. Se impulsó la coeducación, se amplió la red de escuelas públicas, se promovió la formación de maestras y aumentó la presencia femenina en la universidad.
Figuras imprescindibles como Clara Campoamor, defensora del voto femenino, y María de Maeztu, fundadora de la Residencia de Señoritas, simbolizan el empoderamiento educativo de la mujer como base para su emancipación política y social.
Desgraciadamente este periodo grandioso para la formación femenina no duró mucho y, con la irrupción de la dictadura franquista supuso un retroceso brutal en los derechos de las mujeres. La educación volvió a estar segregada por sexos y orientada al papel doméstico. La Sección Femenina del régimen enseñaba a las niñas a ser esposas sumisas, madres abnegadas y fieles servidoras del Estado.
Aun así, muchas mujeres se abrieron camino en la enseñanza, y algunas universidades se convirtieron en espacios de resistencia cultural. En los años 60 y 70, con el aperturismo económico, el acceso femenino a la educación superior creció lentamente, preparando el terreno para los cambios democráticos.
Tras casi 40 años de dictadura, la ansiada democracia aprueba la Constitución de 1978 y redacta nuevas leyes educativas que garantizan la igualdad de acceso a la educación para hombres y mujeres. La coeducación se establece como norma y se eliminan los planes diferenciados por sexo.
Desde entonces, la formación femenina ha ido en aumento. Hoy, las mujeres superan en número a los hombres en todos los niveles educativos, incluyendo la universidad. Sin embargo, persisten desafíos como la segregación vocacional (menos presencia femenina en STEM), el techo de cristal en la investigación y la escasa presencia de mujeres en cargos directivos del sistema educativo.
Como acabamos de analizar, a grandes rasgos, la historia de la educación femenina en España es también la historia de una lucha por la emancipación.
Desde los conventos medievales hasta las universidades contemporáneas, las mujeres han ido ganando espacio en el saber, rompiendo barreras sociales y abriendo caminos para las generaciones futuras. La educación ha sido, y sigue siendo, un pilar fundamental en la conquista de la igualdad.
Por supuesto, no basta con el acceso: es necesario garantizar una educación crítica, inclusiva y feminista que continúe desafiando los estereotipos de género, la manipulación, el maltrato y la discriminación. Solo así, viviremos en una sociedad más justa.
Ana Victoria Moruno Rodríguez
Historiadora del Arte