En esta sección es habitual hacer referencia a la poca visibilidad que las mujeres han tenido en diversas disciplinas. Hoy, ponemos en valor la labor de las mujeres que dedican su vida profesional a la salud, la higiene y obstetricia. Ayudaron a mujeres a dar a luz, las acompañaron y comprobaron que sus hijos e hijas saldrían adelante.
Hoy, aplaudimos el encomiable trabajo de las parteras, comadronas o parteras.
Pero, ¿Cuándo surge esta profesión, cuándo unas mujeres comienzan ayudar a otras en un momento tan delicado como es el parto?
Lo cierto es que la existencia de éstas debe estar en los albores de la existencia humana.
Probablemente, cuando el género homo pasa a ser un homínido bípedo (Camina sobre dos piernas en lugar de hacerlo sobre sus cuatro extremidades). Ser bípedos, implicaba una estrechez d la pelvis, lo que provocaba que el acto de parir se hiciera alto complicado.
Si bien, estas madres prehistóricas, debían dar a luz en cuclillas, se hacía necesaria la colaboración de otras mujeres para ayudar a sacar al recién nacido sin riesgo de que éste se diera un golpe contra el suelo; y atenderlo hasta que la madre se recuperase.
Sabemos de la existencia de parteras desde tiempo remoto porque los vestigios arqueológicos así lo atestiguan. Pinturas parietales de época paleolítica reflejan el acto de parir y la asistencia de parteras en el alumbramiento.
Las primeras manifestaciones escritas de las que tenemos constancia son las Sagradas Escrituras. En la Biblia se hace referencia a Débora, nodriza de Rebeca, a la que asistió en sus partos y a la que acompañó a lo largo de toda su vida.
En la Antigüedad Clásica sabemos de la existencia de mujeres que ejercían de comadronas, e incluso, se conserva el nombre de Agnódice (a la que ya dedicamos un artículo en esta sección), que fue la primera ginecóloga de la que tenemos constancia y que tuvo que realizar su trabajo disfrazada de hombre, ya que su condición de mujer le hubiera impedido ayudar a otras mujeres durante el embarazo y el parto.
De época romana conservamos ya el nombre de algunas comadronas: Sallustia Imenta, Constanza Calenda, Trotula de Palermo…. Esta última no se dedicó al arte de la partería, sino que además intervino en la redacción de algunos tratados médicos sobre obstetricia.
La Edad Media supuso por primera vez la distinción entre parteras y comadronas.
Las comadronas, auxiliaban a las parturientas de la clase alta, la Nobleza, por lo que gozaban, aunque debían demostrar su experiencia sanitaria, gozaban de mayor prestigio que las parteras.
Las parteras, sin embargo, atendían a mujeres rurales, campesinas, humildes o pobres. Y lo hacían, en la mayoría de las ocasiones, con utensilios rudimentarios y remedios naturales obtenidos de la propia naturaleza.
Llevar a cabo sus labores del cuidado de la gestación, el parto y el puerperio, con remedios naturales, las hizo estar bajo el dedo acusador de la Inquisición, que, bajo la acusación de brujería, las apresaban y frecuentemente las condenaban a latigazos, humillación pública e incluso a morir quemadas en la hoguera, como fue el caso de Epifania de Domeño.
En el siglo XV, los Reyes Católicos promulgan, por primera vez, una legislación “sobre el arte y el oficio de partear”.
Sin embargo, este reconocimiento legal no fue suficiente ya que las parteras no recibían remuneración alguna por sus servicios o, si lo hacían, era exiguo.
De hecho, la partera Francina de Arano hace una reclamación, en firme, exigiendo un sueldo digno ya que “su oficio era necesario”.
La reclamación de Francina fue admitida y se le asignará un sueldo de 14 ducados anuales.
Y, lo cierto es que el trabajo de las matronas no se limitaba al momento del parto. Acompañaban a las madres durante el embarazo y hacían una importante labor psicológica con ellas, asistían los partos, cuidaban de los recién nacidos hasta que las madres estaban recuperadas, y se ocupaban de la nutrición y alimentación de madres e hijos durante el postparto.
Por tanto, aunque la importante labor de las matronas estuvo recogida en los Tratados médicos de la Edad Moderna, sus funciones y reconocimiento estuvo, siempre, apartado de las instituciones.
A partir del siglo XVII, debido al aumento de las muertes infantiles y femeninas en los partos, sumado a la inexistente formación que recibían las comadronas y a la falta de conocimientos técnicos de estas mujeres, serán los médicos, por primera vez, los encargados de asistir a las mujeres en los partos.
Pero el exceso de trabajo que trajo consigo esta nueva disciplina médica, hizo que, en 1663, el Colegio de Medicina y Cirugía de Zaragoza fijase una serie de medidas para que las mujeres pudieran ejercer la profesión de matronas.
Para ello, debían realizar una formación teórico-práctica con un doctor de prestigio, después debían aprobar un examen y, finalmente, realizarían cuatro años de prácticas acompañando a una matrona experimentada.
En España, en 1750 se legaliza, por fin, la profesión de matrona.
Pero en el siglo XIX, el papel de las mujeres matronas vuelve a perder valor para la Historia de la Medicina, y la discriminación por género hizo que sólo pueden ejercer la partería, las mujeres casadas y cuya honra y fiel religiosidad pudiera ser atestiguada por la Iglesia.
Actualmente, las matronas se forman en las universidades y si bien, en un primer momento el acceso estuvo prohibido para los hombres, desde 1980 se permite el acceso de ambos sexos en igualdad de condiciones.
Aun así, continúa siendo una carrera muy feminizada.
El 5 de mayo se celebra el Día Internacional de las Matronas, y desde esta sección queremos poner en valor la labor de estas mujeres, que teniendo todo en contra durante muchos siglos, han sido capaces de reivindicar su profesión y en gran medida, son las guardianas de la persistencia de la especie humana.
Ana Moruno Rodríguez
Historiadora del Arte