Nos estamos acostumbrando a que los museos, salas de exposiciones y monumentos, sean protagonistas de aglomeraciones de visitantes, con más o menos interés, con más o menos conocimientos, con mayor o menor prioridad por posar en espacios que harán que en sus redes sociales se multipliquen los likes…
Pero estos espacios museísticos son algo más. A través de sus salas recorremos la historia de la humanidad, nos convertimos en protagonistas de aquellos acontecimientos relevantes y conversamos, cara a cara, con grandes maestros del arte.
Sí, maestros, hablo en masculino… porque, desgraciadamente, aún en pleno siglo XXI, las mujeres artistas, maestras de la historia del arte, son invisibles en estas salas de exposiciones.
¿Es que no existieron mujeres artistas? Obviamente sí, como en todas las disciplinas, las mujeres han estado presente siempre.
Pero también, como en todas las disciplinas, las mujeres han sido silenciadas.
El debate y la reflexión que propongo no es nueva, aunque sí reciente. Hasta la década de los setenta, del siglo pasado, no nos habíamos planteado porqué no había obras firmadas por mujeres en los museos.
Es en estas décadas cuando un grupo de investigadoras (Sí, en femenino) comienzan a reconsiderar que el silencio de mujeres en el arte existe y que se hace conscientemente. El arte y la historia ha sido contada por hombres y, como consecuencia de una sociedad patriarcal, las mujeres son invisibilizadas en estas disciplinas.
Una de las primeras investigadoras y estudiosas en la materia fue Linda Nochlin quien en 1971 publicó un ensayo: ¿Por qué no han existido grandes artistas mujeres?
En él hace una crítica feminista sobre el arte, el poder masculino sobre el mismo, y la importancia de redescubrir a mujeres artistas.
Nochlin fue pionera en estas investigaciones y abrió camino a todas las mujeres que llegaron después y que han sido capaces de crear una historia del arte en femenino, una historia del arte más veraz, en la que mujeres y hombres. diestros en las artes plásticas, intentaron poder vivir de su arte. Si bien, ellos jugaron, siempre, con la clara ventaja de haber nacido hombre, lo que les situaba en una posición social privilegiada.
Este desconocimiento de mujeres artistas y de sus obras se hace evidente en las salas expositivas y en los museos, en los que las obras de mujeres son exiguas.
¿Pero ocurre lo mismo cuando nos referimos a mujeres como obras, mujeres como obras de arte?
En 1985, un grupo de mujeres, bajo el nombre de “Guerrilla girl”, cuelgan carteles en museos y galerías de arte en los que se podía leer: "Do women have to be naked to get into Met museum?" (“¿Tienen que estar desnudas las mujeres para entrar al Museo Metropolitano?”)
Y es que en el museo metropolitano de Nueva York solo el 5% de las obras expuestas son de mujeres artistas y, sin embargo, el 85% de las obras representaban a mujeres desnudas.
Lo cierto es que aún hoy, no nos llama la atención ver mujeres desnudas como objetos del arte, sin embargo, cuando hablamos de mujeres como sujetos, con entidad propia, valía y talento en el arte, nos parece una excepción.
En la actualidad, en el siglo XXI, los museos continúan repletos de obras masculinas con mujeres como objetos de las obras, mientras que las obras de éstas como artistas no alcanza el 10%.
La labor encomiable que historiadoras y estudiosas hacen para poner en valor a las mujeres en la historia del arte, comienza a ver sus frutos.
Exposiciones monográficas, jornadas formativas, itinerarios “en femenino” de sus colecciones…, son algunas de las iniciativas que las instituciones museísticas desarrollan para dar voz a las mujeres en la Historia del Arte.
Por todo ello, en el Día Internacional de los Museos, el 18 de mayo, permitidme hacer la siguiente recomendación: visitemos estos espacios expositivos, recorramos sus salas y busquémoslas a ELLAS, a las artistas y a sus obras. Solo así les devolvemos la voz que les fue borrada.
Ana Moruno Rodríguez
Historiadora del Arte