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La visión de arte rupestre en femenino

4 DICIEMBRE 2023

A lo largo de nuestros años como estudiantes de primaria, secundaria, bachillerato o estudios superiores, se nos ha enseñado que en la Prehistoria ellos cazaban y ellas cuidaban de la familia.

Por tanto, como viene siendo habitual, la labor de las mujeres ha sido relegado a un papel secundario provocando un conocimiento sesgado y tristemente asumido durante mucho tiempo. Resultado directo del androcentrismo de las Ciencias y la Historia hasta hace pocas décadas. 

Sin embargo, las investigaciones de profesionales que analizan la arqueología bajo una perspectiva de género han demostrado que las mujeres prehistóricas jugaron un papel activo, y no pasivo, dentro la sociedad.

Desde luego ellas eran las encargadas de cuidar la familia y de realizar las tareas cotidianas de un hogar que, aun siendo rutinarias (gestación, parto, obtención y elaboración de alimentos, fabricación de artefactos…), son esenciales para asegurar la supervivencia del grupo.

La obtención de alimento para el grupo era una labor mutua y fuentes arqueológicas halladas en diversos yacimientos, demuestran que las mujeres de la prehistoria tenían un rol protagonista en la caza. 

En el arte rupestre levantino, ellas y ellos aparecen cazando, danzando, recolectando y realizando ritos que parecen demostrar que nuestros antepasados tenían inquietudes espirituales.

La afirmación de que ellos eran los encargados de conseguir el sustento, nunca se ha puesto en duda y está plenamente interiorizado en nuestro imaginario colectivo. Pero, por el contrario, la arqueología ha requerido investigaciones técnicas y exhaustivas que aseveren que las mujeres participaron activamente en su círculo social. 

Las mujeres prehistóricas tienen una doble relación con las pinturas rupestres: Por un lado, como figuras representadas, y por otra parte como posible creadora de dichas pinturas.

En el caso de ellas como sujeto representado, la encontramos en escenas domésticas (embarazadas, de parto, cuidando a individuos infantiles, alimentando…), trabajando para obtener alimento (recolectando, de pastoreo, transportando objetos, en ocasiones aparecen en escenas de caza…) o en escenas rituales.

Cómo podemos diferenciar qué figuras representadas son hombre y cuáles mujeres. Este aspecto es complejo. En ocasiones aparecen representadas con atributos que nos permiten identificar si son hombres (testículos o penes) o si son mujeres (senos, vagina o grasa corporal localizada en determinadas partes del cuerpo). 

Sin embargo, la mayoría de las figuras antropomorfas representadas en las pinturas rupestres carecen de atributos claros que nos faciliten saber a qué sexo corresponden. 

Esto pudo deberse a dos motivos: porque tenían claro qué estaban representando o porque la actividad representada podía ser realizada tanto por hombre como por mujeres y, por tanto, no era necesario identificar el sexo de las figuras representadas.

Pero si ha sido complejo analizar y explicar el papel que jugó la mujer como figura representada en la pintura, mucho más complicado es hacer entender que ellas fueran autoras de estas pinturas.

Los avances científicos y metodológicos en las técnicas de estudio y análisis en Arqueología, han sido aliados de esta disciplina científica para explicar la participación de las mujeres en la ejecución de las pinturas rupestres.

En concreto, los progresos tecnológicos se han centrado en el estudio de la representación de las manos y en el análisis de algunas huellas dactilares conservadas.

En abrigos y cuevas prehistóricas de la Península Ibérica, especialmente en las halladas en la cornisa cantábrica, es frecuente encontrar representación de manos. 

Estas manos representadas en positivo y en negativo, han sido objeto de estudio en los últimos años. El análisis de la longitud de los dedos, las proporciones del ancho de la palma de la mano o la medida de su contorno son algunos de los vectores que nos permiten afirmar que en torno a la mitad de las manos que se han plasmado en las paredes rocosas de nuestras cuevas, pertenecen a manos femeninas. 

Por otra parte, se han estudiado algunas huellas dactilares preservadas. Por lo general, éstas son parciales o están dañadas y mal conservadas. Pero el examen de estos vestigios, el análisis de las crestas papilares o el tamaño de los surcos de estas huellas, nos permiten conocer el sexo y la edad de quien realizó estas pinturas. 

Y obviamente, conocer el sexo de quien pintó nuestras cuevas, posibilita conocer el contexto social y cultural del grupo humano que las realizó.

En nuestro país, en el abrigo de los Machos (Zújar, Granada) se hallan las dos huellas mejor conservadas de Europa. 

Dichas huellas forman parte de una escena pictórica en el que se mezcla la representación de figuras antropomorfas con otros elementos geométricos cuya datación se ha fijado en torno al 5000 antes de nuestra era.

La excelente conservación de las citadas huellas ha permitido a la ciencia afirmar que una de ellas pertenece a un hombre de edad adulta, en torno a los 37 años. Y la segunda huella corresponde a una mujer joven.

Esto nos demuestra que hombres y mujeres, en los albores de la Historia, vivían en sociedad, compartían responsabilidades dentro de su círculo grupal, participaban de los rituales en comunidad y, como acabamos de justificar, pintaban los muros de sus cuevas.

La argumentación expresada en el presente artículo y que parece lógica de asumir, ha sido un tema de controversia durante años entre el personal investigador que, bajo el prisma patriarcal, dio por hecho la subyugación de las féminas prehistóricas y la valentía de arqueólogos y arqueólogas que tuvieron que aunar esfuerzos para demostrar la participación igualitaria de las primeras mujeres invisibilizadas por la Historia.

Ana Moruno. (Historiadora del Arte)


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